12 de mayo de 2008

Podría haber sido una simple canción moderna de rock. Pero fue perfecto, por la música y por el momento. Tal vez porque afuera llovía a cantaros y el silencio nos atrapaba sin molestia. De eso se encargaba el viejo del piano, que con arrugas en el cogote no apartaba sus ojillos azules de las teclas blancas, y de las negras. Podría haber sido también una partida de ajedrez, pero fue una canción. Y de pronto el camarero quiso servir la leche en mi café y me la derramó en mi falda nueva. Salí a la calle, y llovía y la leche caía por mis piernas. Con toda la cabeza mojada me puse a dar vueltas en circulo bailando al son que marcaba aquel viejo. Cuando terminó de tocar salió a la calle, me cogió de la mano y mientras le pedía al camarero otro café caliente desde la entrada me dio una vuelta con su brazo y haciéndome una reverencia me invitó a volver a entrar. Mi compañero sonrió profundo y encendió un cigarrillo para mi, debía estar ya muy acostumbrado a mis locuras poéticas. Me arropó en su chaqueta y le pidió al hombre seguir tocando. Siguió tocando, claro, y se convirtió en blanco y negro.

1 comentario:

maite sánchez dijo...

quina combinació més meravellosa: la música, el ball.. i la pluja.. un d´aquest moments que et deixes portar i val la pena viure "el moment".