5 de septiembre de 2008

Todas las mujeres queremos ser hermosas. Y no queremos una belleza cualquiera sino una de aquellas apabullante, insultante. La hermosura tiene el don de la pregunta y la desgracia el de la respuesta. La belleza es un interrogante que somete a los ojos del hombre a una entrega total de espíritu, y siempre sobran las palabras. Con el tiempo descubres que tu belleza tiene el don de la oportunidad, y que sin ser algo estático aparece cuando una ya no la espera. Aparece en la oscuridad de un cuarto a medianoche, bajo el cuerpo del hombre amado, y descubres que el interrogante lo es todo, incluso a oscuras. Y sobran las palabras.

11 de agosto de 2008

Se ve el cielo tan azul desde aquí, no sabemos que hacer para darle sentido. Un sentido a esta cosa rara que es vivir. Taxis libres en la ciudad fantasma a las cuatro de la mañana, será mejor seguir jugando. Equivocaciones, pulsaciones. Somos tan imperfectos, y como duele eso, eso también, como todo lo demás. Duele tanto a veces todo. Aunque el cielo sea azul y yo pueda también mirarlo, como una brecha, como un camino. ¡Qué perfecta es la naturaleza! el cielo, la luz, las hojas y la tierra que pisas, las flores que brotan y la tormenta que llena ríos, pantanos y mares que se evaporan formando nubes quietas, nubes blancas y perfectas,tan blancas; y nosotros, tan oscuros, tan distintos y complejos, todos bajo este mismo cielo azul, peleándonos por un pedazo.


4 de julio de 2008

Hay edificios hermosos, enormes, que parecen comerse el cielo.



Se debe descubrir la belleza en las cosas más precarias, donde no existía. Soy capaz de crearla rompiendo con los valores establecidos y asumiendo todo tipo de riesgos.

12 de junio de 2008

“Muy pronto en la vida es demasiado tarde.” Marguerite Duras.


7 de junio de 2008

26 de mayo de 2008

Leer la vida



Llegó como llega todo aquello que uno no espera. Como aquellas hojas que caen en invierno, cuando deshiela. Se presentó joven con aquella mirada triste de hombre vivido; de persona que ha pasado cosas de las que prefiere no hablar; como aquellos que prefieren sonreír, callar y jugar. Jugó con ella como un niño y la quiso como un adulto. Se responsabilizó de su felicidad y le dio motivos y medios para luchar por ella. Entre lecciones de matemáticas le enseñó a respetar la vida y a pensar bien. No pensar de cualquier modo, sino bien. Aceptando las opiniones y las diferentes visiones. Gritar con él no sirvió de nada, en lugar de golpear abrazaba y antes de reñir escuchaba. Ella nunca supo como agradecerle, como compensar el gran regalo que le había hecho; no pudo hasta el día que se presentó en su antiguo hogar, adulta ,risueña ,vestida de verde y decidió perdonar la historia. Perdonar y seguir viviendo, jugando, creando. Gracias a el, que enseñó a pensar y sobretodo a amar. ¿Quien era él? Mi padre.

15 de mayo de 2008



Manuel Casademunt se encontró con una historia de aquellas que no se pueden dejar escapar sin querer, mirando la vida pasar, como todos los dias, sobretodo en Otoño. En Otoño los bosques alrededor de su casa eran más bellos, pintaban con el armonioso caer de las hojas un escenario perfecto donde no oír nada más que el sonido de lo muerto bajo sus pies. Muerte de tonos cálidos, finitud que le envolvía acojedora entre los matices del fuego. Cada mañana recorría un camino distinto, de su puerta al buzón, del buzón a la entrada. Una casa en la frontera de la montaña y la costa catalana, l’Empordà. Allí nació, allí estaba para acabarse. Le había pasado el tiempo muy rápido, no el de juventud, sino el de viejo. En cuanto quiso emprender su largo viaje se dio cuenta que la decisión estaba tomada, ya solo le quedaba un lugar en el mundo, el lugar donde nacer y morir. Y Manuel, persona circular y metódica, disfrutaba cerrando los ciclos del mismo modo que habían empezado. 14 ciclos le separaban ya de su antigua vida, 14 años refujiado en la rosa de los vientos, la casa heredada por su família de generación en generación, y que con él terminaría. Él cerraba un ciclo largo y hermoso, y no por voluntad. Los Casademunt, família de espíritu comerciante y dispersa, no querían cargar con el gasto de una finca vieja y apartada de todo excepto del mar y el silencio. Manuel estaba hecho sobretodo de mar y de silencio, por eso se encontraba tan agusto en aquel lugar, viejo como él, donde las estaciones no eran meses veloces sino impresiones plásticas que se iban dando paso como en un vals, con saludo y cortesía. El Otoño era severo, le anunciaba un cercano invierno y el riesgo de permanecer en él, de no despertar del deshielo. Sus actividades eran pocas y repetidas pero entre sus preferidas se hallaba la tradición de los 14 kilometros andando hasta el mar, 14 de ida y 14 de vuelta, todas las semanas, ceremoniosamente.